Relato: VOLAR

Aquí tenéis un relato corto que escribí hace un tiempo. Voy a colgar de vez en cuando los relatos que tengo por el disco duro. La idea es escribir en breve algo nuevo que iré colgando por capítulos, pero mientras tanto, para calentar motores leed esto y no seáis muy duros con las críticas.


PRIMER PISO

De pequeño, con 6 años, Miguel miró un día al cielo. Era azul intenso, sin una nube que marchitara su fuerza y su poder allí arriba. Proclamándose dueño y señor de la libertad y con la única compañía de las aves que se atrevían a visitarlo. Ese día no volvió a tener dudas sobre lo que quería conseguir cuando creciese. Decidió que su destino era volar y huir de todo cuanto le rodeaba, rozar las nubes con sus dedos y saborearlas como un helado de nata. Se dijo a sí mismo, con la inocencia y fuerza de un niño, que cumpliría su sueño. Esa noche, un golpe en la cara, que le hizo escupir sangre por gran parte del suelo del comedor, le hizo despertar del sueño. Su padre, borracho como era costumbre, llegó a casa más furioso que nunca, empeñado en que alguien le había robado la cartera con el dinero que tenían para superar el mes. Pero la verdad era que se lo había jugado todo y, lo que no había perdido, lo había gastado en mujeres y alcohol. Esa noche, Miguel recibió el castigo por algo que su padre había hecho mal. Su labio se partió, uno de sus ojos se tornó en un color morado oscuro, sus costillas crujieron, hasta que su madre se interpuso entre la discusión de un hombre de ochenta kilos de peso y un niño frágil como un palillo. Los golpes no se detuvieron, sólo cambiaron de objetivo. Fue la última noche de su madre porque su querido marido le propinó tal paliza que los médicos no pudieron hacer nada por salvarla. Fue la última noche para alcanzar la libertad.

SEGUNDO PISO

Roberto era su amigo. Lo conocía desde pequeño, ambos se parecían en muchos aspectos y eso provocó un enlace entre ambos difícil de entender para los demás, eran inseparables. Cuando la madre de Miguel murió y su padre fue encarcelado, la familia de Roberto le acogió en su casa y, hasta que no fue lo suficientemente adulto para buscarse un trabajo e ir a la universidad doscientos kilómetros más allá de donde vivían, Miguel vivió con ellos. Por supuesto, los dos amigos se fueron juntos de casa para tener una formación, un futuro, una vida independiente y conocer chicas. Con Roberto conoció, una noche lluviosa en un bar medio vacío, a Mónica. Era una chica preciosa, con la sonrisa más bonita que jamás había visto y una mirada dulce que delataba su buen corazón. Miguel se enamoró de ella casi al instante y, animado por su fiel amigo, se decidió a conocerla. Acabaron casados, con Roberto como testigo del novio y así siguieron tres años, llevando una cómoda y envidiada vida. Miguel la amaba con locura y creía sentirse correspondido, hasta el día en que una huelga impidió que Miguel cumpliera con sus obligaciones laborales y se viese forzado a volver a casa antes de hora. Allí, su preciosa esposa Mónica y su inseparable amigo Roberto, le dieron la bienvenida. Sobre la cama de su dormitorio, sudorosos, gimiendo, ajenos a los ojos de Miguel. Llenos de odio y lágrimas.

TERCER PISO

La huelga no sirvió de mucho. Miguel nunca creyó en que esos métodos fuesen efectivos por eso no los compartió. Por eso descubrió que el amor en su vida era ficticio, por eso cuatro días más tarde, fue despedido con una mísera bonificación.
Cuando era pequeño, todo el mundo insistía en lo que se parecía a su madre: “tiene sus mismos ojos”, “su pelo es igual de rubio”... Y tenían razón, no sólo en lo físico, también se parecen en el resto de cosas. Ha estado viviendo una mentira durante años (como el matrimonio de su madre), ha recibido golpes que no dejan señales por fuera, pero destrozan el interior (como los golpes de su padre a su madre), y no se atreve a dar la cara, a revelarse contra su vida, porque tiene miedo a que acabe de repente (como la de su madre). Pero aún le queda algo, algo que prometió de pequeño, un día mirando hacia el cielo. VOLAR.
Desde un tercer piso, la altura es suficiente para poder planear, estudiar el entorno y no estrellarse contra nada. Es la primera vez que va a volar y sabe que será torpe, así que ha elegido un lugar con pocos edificios a su alrededor. Mira las nubes un instante, las saluda y les hace un guiño, como si fueran cómplices de su reto. Llena los pulmones de aire fresco, cierra los ojos y se deja llevar por el vacío. Mientras cae y espera que su cuerpo sea más ligero que el viento, piensa en los pobres desgraciados que no tienen una vía de escape. Sonríe, es feliz. Incluso cuando se estrella contra el asfalto y muere sin que a nadie le importe mucho.

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