Relato: A MI LADO (I)

Dos vueltas, tres, y Agustín abre los ojos. Despierto en la cama, gira su cabeza a la
izquierda y ve como su compañera duerme plácidamente. Tapada hasta la altura de la nariz,
reflejo del frío que embarga la habitación del hotel donde se hospedan aun con la
calefacción conectada, Agustín la observa unos segundos pensando en lo hermosa que es, en cuanto la ama y en lo caprichoso que es el destino. Acerca sus labios suavemente a la frente de ella y la besa. Luego, se levanta con cuidado de no mover demasiado la cama y tapa su pijama de invierno color marrón con una bata de tonos grisáceos, ambos cedidos amablemente por el guardarropa del mismo hotel. Se dirige al aseo, dando antes una mirada rápida al reloj que tiene sobre el televisor y descubre que es demasiado temprano para levantarse, aunque no por ello le volverán las ganas de dormir. Así que piensa qué puede hacer a esas horas de la madrugada mientras descarga su vejiga en la taza del lavabo. Finalmente decide darse un relajante baño de espuma en la bañera. Casi parece que desconozca la habitación cuando sale del aseo y la recorre por entero con la vista. Piensa en el peligro que corren ambos aquí y que lo mejor será irse cuando se haya dado ese baño. Estando en un hotel de cinco estrellas no será fácil que los encuentren, empezarán por los hostales más baratos e irán subiendo, pero no quiere arriesgar la vida de ella. La suya apenas le importa, pero a ella la ama con locura, la ama como nunca ha amado a nadie y, si sufriera algún daño, sabe que no podría vivir con ello. La necesita a su lado. Coge ropa interior limpia, la espuma de afeitar y la cuchilla semi-nueva. Antes de volver al baño, no puede reprimir los deseos de acariciar el suave rostro de su amada que sigue durmiendo profundamente. A Agustín se le dibuja una boba sonrisa en la cara y sus ojos desprenden un brillo especial visible incluso en la oscuridad. Está enamorado, de eso no cabe duda. En su difícil vida ha aparecido un ángel y da gracias a Dios por ello. Asiente con la cabeza, como dando a entender que ha captado la señal del más allá y se interna en la bañera de agua caliente y sedosa espuma, no sin antes observarse unos segundos en el espejo algo empañado por el vapor del agua caliente. Mira su prominente calvicie que no cesa de crecer, sus anchos hombros y su dilatado estómago, reflejo de demasiadas cervezas en su no tan lejana juventud. Se siente bien, todavía mantiene su atractivo y sus profundos ojos azules, los cuales cierra mientras el calor del agua le produce punzadas de bienestar por todo el cuerpo y disfruta del escaso tiempo de relax que le queda, dejando que su mente viaje. Viaja hasta su oficina.

Hace sólo unas horas se encontraba sentado en un incómodo sillón, mirando la puerta que tenía ante sí, en la que rezaba con unas letras desgastadas “Agustín Solar –detective privado-“, pensando en que su negocio, su licencia y su arma se estaban apolillando y que su vida se estaba convirtiendo en un mal chiste. De pequeño siempre quiso ser policía, es típico en los niños querer ser un agente de la ley y salvar vidas humanas, ser un héroe... Pero él lo tenía muy claro desde el principio, aunque con los años modificó en algo su decisión. Prefirió convertirse en detective privado, elegir él quien merecía y quien no sus servicios, no depender de un cargo mayor que el suyo para realizar una u otra acción... Pero, hoy por hoy, tiene que atenerse a la oportunidad que le surja, no puede desperdiciar ningún caso o acabará por no pagar la hipoteca y quedarse en la calle con una licencia, una autonomía propia y ni un euro en el bolsillo. Pensar demasiado no es sano en ciertos momentos, así que Agustín se levanta del sillón, dando descanso a su dormido trasero, coge la chaqueta de cuero y se acerca a la puerta con la firme intención de vagar por las calles sin rumbo fijo y esperar una ayudita de alguien para ganar algo de dinero. La ayuda hace acto de presencia antes de que pueda atravesar la puerta de su oficina. Es un hombre de avanzada edad, pelo canoso, alto, de sobria y elegante vestimenta azul marino y fumando un cigarro cubano de los caros.
-Buenos días. ¿Es usted el detective Solar? –El hombre pregunta en un correcto castellano, manteniendo la porte de perfecto señor.
-Sí, soy yo. ¿Qué desea? –Agustín intenta aparentar también dotes de educación, pero sabe que no lo logra cuando el hombre entra en el despacho y se encuentra con cierto desorden y polvo que no deberían existir.
-Necesito de sus servicios, es muy urgente. –Ambos se sientan, Agustín consigue una silla cómoda para el señor y escucha todo cuanto éste le relata. Se llama Juan Diego Calosa, es un tipo rico, de una familia con pasado en la nobleza, pero tiene una oveja negra en la familia y no es otra que su hija Alicia Calosa, de veintitrés años. El preocupado padre está convencido de que su hija ejerce de prostituta en un club privado de alto standing. La foto que entrega a Agustín demuestra que la chica es preciosa y que, de ser cierto lo que Juan sospecha, Alicia debe ser una profesional muy cotizada. Agustín promete que encontrará a su hija y le traerá pruebas que desmientan o refuercen la teoría de su cliente. Juan parece quedarse más tranquilo y satisfecho y entrega a Agustín un sobre con un mullido manojo de billetes. El detective muestra algo de preocupación intentando reflejar que el caso puede afectarle. Pero por dentro sonríe. Parece que empieza a tener suerte.
Dos horas después la noche empieza a caer. Agustín entra en el club privado “Delirium Tremens”, a las afueras de la ciudad. Es un local enorme y espacioso donde las gogós no dejan que los corazones de los que allí entran buscando placer se tranquilicen ni que las braguetas bajen de dimensión. Todas son auténticas preciosidades, perfectas señoritas dispuestas a hacer gozar a cualquiera que pague lo que piden. Agustín no ve por allí a Alicia, aunque las luces lilas parpadeantes no ayudan mucho a ello. Busca un buen lugar para controlar desde la barra y pide un whisky con hielo. Al whisky le siguen dos más y una cerveza. Agustín empieza a estar algo mareado, las luces no dejan de parpadear entre sus pupilas, las divas no dejan de moverse sensualmente. Durante unos segundos se deja llevar por el momento, una de las bailarinas se acerca a él, tiene los labios carnosos, unos ojos verdes como un prado en primavera y un pelo largo y negro como un derrame de pura oscuridad. Pero no es la chica que busca y Agustín salva la situación y enseña la foto de Alicia a la mujer que no deja de frotarse contra su cuerpo. No da ninguna importancia a lo que el detective muestra y le besa en la boca con pasión. Agustín empieza a excitarse de forma preocupante, está a punto de flojear cuando la ve. Es Alicia, con su melena rubia, su cuerpo perfectamente fibrado y sus grande pechos. No baila, pero se va con un tipo poco recomendable a un lugar más íntimo. Agustín olvida casi al instante a la preciosidad que tenía delante, se acerca con pasos apresurados a Alicia y, sin saber muy bien porque, golpea al tipo que iba con ella y la coge con fuerza del brazo, sacándola del club y alejándose con ella en su coche. Mientras lo hace, reflexiona si es lo correcto, se pregunta porque lo hace. Sólo debe llevar pruebas al señor Calosa y que éste decida, pero en vez de eso se lo toma como algo personal. ¿Se ha enamorado de repente? ¿Es esto amor? ¿Pero que es el amor? Es como preguntar a una montaña y que conteste una planicie, como saltar para pasar por debajo, como vivir para alejarte de la muerte. Por el camino, la chica no dice nada, está asustada y, cuando Agustín se siente seguro y va a contarle la verdad, recibe un arañazo en la cara que le obliga a gritar y a detener el coche en seco.
Continuará...

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